En la niñez todo comenzaba con érase una vez. Los dragones, las vistas desde las torres el caballero y su corcel, cuando todo era bonito y de papel. El sonido tenue de las olas acompañaba de noche sus juegos. Castillos de arena y amapolas que alejaban de la orilla sus miedos. Las noches en vela y las nanas de su voz. Las rodillas raspadas y los llantos sin ton ni son. Era inevitable: lloraba y lloraba. Ella le calmaba y entonces le decía: ¡Que importante eres en la vida mía! Reina de mi alma De su mano siempre paseaba sin importar donde le llevaba Lo único que a la vida le pedía era que ella nunca le faltara. Mamá o papá; su amor incondicional. La vida fácil, la lejana oscuridad. Los reproches tardíos. El miedo a crecer. El miedo a perder. Los abrazos en el frío. En lo alto el mástil. El inocente navegar. Vestido de valentía y de absoluta libertad. Y aunque te lo diga una, dos y tres Nunca importaba Si todo estaba del revés; nada acababa. Eterna niñez. Juventud inmortal. Cuento sin final, que empezaba siempre con érase una vez.
El Cluv del Veinte, con V de Valientes.