La videollamada

Nadie podía imaginarse que aquel día aparentememte cotidiano a mediados de marzo, la vida de varias personas pudiesen cambiar o al menos, verse afectadas, por mínimo que fuera, de un estado de alarma, que pronto se convertiría en un asunto mundial.

Ese era el caso de la poetisa Valentina. Apenas había conseguido editar el que sería su primer poemario. Había aguantado suficientes trabajos de absoluta precariedad hasta poder pagar la portada, la maquetación, la edición y sobre todo, la promoción y comunicación de su obra. Una colección de sentimientos encontrados, de versos arraigados a sus entrañas y sobre todo, la máxima expresión de su humanidad.

El día que vio materializado su sueño en una oculta estantería de una librería discreta en un callejón más transitado que anónimo, se sintió arropada por todos cuantos asistieron a su lanzamiento. Amigos, compañeros de clase, familiares… muchos por cariño, otros por una incesante curiosidad.

¿De verdad aquella mujer dramática y dada la obsesión por sus relaciones había publicado un conjunto de poemas? Se lo había financiado ella, con sus esfuerzos, su maquinaciones y sus contactos. Nunca un libro había estado tan empapado de lágrimas de cuantas emociones caben en un cuerpo humano.

En la primera página, por supuesto, una delicada dedicatoria al que le había acompañado en su viaje hasta aquella librería. Una frase sencilla dedicada al último hombre por el que su corazón había latido:

A Nicolás, el equilibrio último que necesitaba mi caos.

Algo sencillo. Algo que reuniese lo que aquel muchacho significaba para ella. Dos años sin decidirse, de vaivenes, de miedos, de citas interminables y de largos silencios. Fue al tercer año en el que ponerle nombre se hizo obligatorio. Nadie, en esta sociedad de etiquetas, concebía no llamarlos novios o pareja. Así se comportaban, lo hubiesen decidido ellos o no. A nadie le importaba si realmente uno de los dos le había pedido salir al otro o los motivos por los que tres años después, siguieran sin vivir juntos. Solo importaba que ante la cámara quedaban bien, que los amigos de ambos los conocían y que ambos se debían un respeto, una honestidad, unos cuidados. Además, Valentina tenía ya una edad. Se acercaban los treinta. Se hacía imperativo, según su madre, su mejor amiga, su hermano, la mejor amiga de Nicolás, su hermana menor y hasta su jefa, que asentara la cabeza.

-No puedes seguir de juerga y llegando a las siete de la mañana a tu casa. No has hecho otra cosa desde que acabaste la carrera.-Le decían.

-Ya no eres una adolescente.-Le repetían.

-Nicolás es un buen chico. Es veterinario, tiene su propia clínica y vive solo. No le pierdas.-Le insistían.

Todo el mundo tenía algo que decir de Valentina, pero nadie le había preguntado qué quería ella. ¿Qué podía hacer? Veintiocho años, enamorada de las aventuras y la experiencia; librera de día, ex-camarera de noche; una rompecorazones que nunca pidió permiso a nadie y cuyo único sueño era dedicarse a escribir y a dar clases de su gran pasión, Filosofía, en la cual se había graduado casi siete años atrás. Ya había cumplido unos de sus sueños, había publicado su primer libro. Había dejado de ser camarera, ¿y ahora? Las presiones sociales continuaban. Valentina al fin había olvidado cuantos hombres y mujeres le habían roto el corazón y el único que se había portado bien, un joven dos años mayor, inteligente, educado, de universidad privada, capaz de darle todo cuanto una persona inteligente podría aspirar: Nicolás. El problema, es que Nicolás no era Guillermo, ni Paula, Ni Paz.

Guillermo la engañó con una de sus amigas durante el instituto. Su primera ruptura traumática antes de entrar en la universidad. Paula le había cambiado la vida haciéndola experimentar lo que era vivir al límite entre la medianoche y la madrugada. Paz, no hacía honor a su nombre. Una egocéntrica con la que mantenía relaciones sexuales cuando estaban borrachas, solas y la discoteca se había vaciado. La destrucción con la forma que adopta la crueldad en un clímax inacabado. Tres personas que habían cargado a Valentina de una pasión y una intensidad con la que no necesitaba vivir, pero que se acabaron enconando en lo más ínfimo de su ADN y ahora no sabía sentir, no sabía amar sin entregarlo todo de sí misma, esperando exactamente lo mismo de los demás.

Cuántas secuelas se forman a partir de un corazón roto que se astilla.

Nicolás apareció en su vida como un accidente romántico escrito por Erich Segal . Un cliente habitual que asistía a su librería en busca de cuentos infantiles para su sobrino. Una coincidencia en el café de la esquina. Una charla aquí, unas copas allá y pronto, aquellos sencillos y contados encuentros se convirtieron en tres años de una relación que encantaba al mundo entero. Cuantos le conocían, cuando les escuchaban hablar, todo tan correcto, tan perfecto, tan digno de un anuncio de suavizante: La escritora y el doctor de animalitos. ¿No era tierno? A Valentina no le faltaba de nada. A Valentina nadie le volvería a romper el corazón. A Valentina le había llegado un hombre que aceptaba sus constantes cambios de humor, que se leía sus borradores hasta las tantas, que la besaba en la frente y que había aceptado y disfrutado de los gustos sexuales más retorcidos que ella tenía. La respetaba e incluso la animaba a que no cambiara. Él no quería que dejara la juerga, no quería que déjase de opinar sobre otras chicas, no era celoso y no temía perderla…

No temía perderla…

Valentina había dedicado días antes del estado de alarma, su libro al chico con el que actualmente estaba saliendo. Ahora llevaba quince días sin verlo, en su casa con su madre y su hermano y Nicolás solo la había podido llamar dos veces. Tenía horarios imposibles en la clínica, puesto que él y su sector no dejaron de trabajar y a veces pasaban las horas, los días y hasta la semana entera, sin que el uno supiera que el otro estaba en perfectas condiciones. Ni las buenas noches, ni los buenos días. Valentina comenzó a sentir que molestaba si le escribía. Valentina comenzó a hacer ejercicio, a leer, a alejarse de su teléfono, a escribir su siguiente libro de poemas, a ver series, a empaparse de autores que admiró durante la carrera y a cotillear con sus amigos del instituto la vida de Guillermo, de Paula y de Paz. Así, día tras día, hasta que el presidente del gobierno avisó de la segunda parte del confinamiento. Otros quince días encerrada con su madre y con su hermano. Y posiblemente otros quince días sin escuchar la voz de Nicolás.

Claro, ¿para qué llamarla? Ella estaba bien. ¿Para qué escribirle un mísero mensaje? Si ella estaba en casa. Él llegaba cansado de su trabajo a las tantas de la noche y caía rendido en la cama. Nunca había sido muy comunicativo ni muy hablador. Los temas de conversación en las citas se morían en un sopor mudo, denso, insoportable que solo se rompía cuando le traían el ron, el vino o la cerveza. Nicolás no tenía nada nuevo qué contarle, entonces, ¿para qué insistir en hablar con ella a pesar de llevar más de diez días sin saber nada el uno del otro?

Valentina recordó a Guillermo. Aquel adolescente lascivo y sinvergüenza le escribía siempre con obscenidades en mitad de la noche. Cada noche una llamada puntual, religiosa. A Paula, que la visitaba todos los días y se atiborraban a chocolate y películas, hasta quedarse dormidas la una junto a la otra, sin importarle el correr de las horas o si era demasiado tarde para discutir una a diez metros de la otra. A Paz que la arrastraba cada fin de semana de la discoteca a su casa atravesando la ciudad con apoteósicos amaneceres y con las luces pasando por sus ojos a gran velocidad. Todo siempre a gran velocidad, arrancándole tiempo a las horas y arañazos al clima. La despertaba pasado el mediodía para acercarla en coche a su casa. Cada semana el mismo procedimiento. Ninguno de los tres le daba tregua para olvidarlos o para recuperarse de toda la energía que suponía quererlos o amarlos. Ninguno le daba un respiro y Valentina siempre recordaba aquello como algo emocionante. La magia del momento, la nostalgia de después, similar a una resaca o el trance que existe tras el orgasmo. Era esa violencia, esa euforia y ese éxtasis lo que habían convertido a Valentina en una adicta. Una adicta al amor, a las emociones, al entusiasmo, a la pasión. Valentina llevaba tres años con un síndrome de abstinencia al que no podía renunciar y Nicolás, el chico perfecto, no lograba apagar su sed de intensidad.

A veces una persona no es consciente de lo retorcida que es su humanidad hasta que se ve estrangulada por ella.

En tres años, con Nicolás, podía contar las veces que salieron de fiesta. Se sabía de memoria los cinco restaurantes en los que habían cenado. Ni siquiera en la cafetería de la esquina llegaban a acordarse de ellos porque iban de estación en estación y cada muchos meses cambiaban la plantilla. Iban por la cuarta edición de un libro que buscaba en la primera cita, cuando le pidió la tercera. En el registro de llamadas, su número no se repetía sino de año en año. Y su conversación por mensajes de texto, era un conjunto inequívoco de monosílabos y risas enlatadas, a veces, alguna imagen graciosa de gatos. Cero romance, cero pasión, cero necesidad y lo peor era que Nicolás no le gustaba ni a los gatos ni a los perros. Nadie sabía encontrar apego hacia aquel muchacho de tan alta bondad y corrección. Salvo su madre, su mejor amiga y su hermano, claro. El sexo con él al principio era cordial, él le preguntaba qué quería y qué buscaba y Valentina solo esperaba que le arrancara la ropa. Los mordiscos en el cuello fueron una petición que se quedó pobre de fuerza… Pero no era eso lo que a ella le preocupaba, al menos llegaba satisfecha al final del acto. No podía quejarse ni de tamaño ni de escasez. Lo que Valentina quería era que le robaran los besos en mitad de la multitud, que Nicolás la cogiera de la mano y le dijera, fuese verdad o mentira, que era lo mejor que le había pasado, sino en la vida, en mucho tiempo. Lo que ella quería era que Nicolás le diese las cuerdas con las que atarse a su mástil y atravesar los siete mares del noviazgo.

¿Estaba Valentina pidiendo demasiado? ¿Era una odiosa egocéntrica que buscaba la constante atención de un hombre respetuoso y empático que solo sabía tratarla bien? ¿Por qué era incapaz de sentir que todo aquello estaba siendo simple, desazonado, frío? Nicolás era agua para un aficionado a la cerveza; era el chocolate sin azúcar; era una tormenta interrumpida sustituida por una llovizna que pronto cesa. Era un delicado baño de sol en un atardecer de agosto. Valentina en cambio era una fuerza de la naturaleza,un huracán de humanidad sin un ápice de civismo, en lo que a formas de querer se refiere.

Veinte días sin apenas saber de él y viceversa. Al menos no como ella quisiera Sin verlo desde el lanzamiento del poemario. Desde el último beso, el último encuentro sexual insípido a medianoche antes de acostarse. Desde aquella dedicatoria. La última foto juntas publicada en un periódico local. Dos llamadas de menos de quince minutos salientes del teléfono de Valentina. Tres mensajes de texto. Ni siquiera un ‘te echo de menos‘. ¿Tanto costaba hacerla sentir especial, única, feliz, suya? Ella lo hacía. Ella se acordaba de él en cada una de las frases que escribía. Le enviaba pasajes de sus libros favoritos. Le contaba lo que comía y le enviaba vídeos graciosos de gatos. ¿En serio ni un ‘jaja? ¿No se lo había dejado ella lo suficientemente claro en tantas y tantas conversaciones? Bueno, conversaciones… Monólogos. ¿Se habría terminado de leer el poemario? Veinte días de encierro en su casa y Valentina comenzaba a hacerse muchas preguntas y todas se las acababa respondiendo con fustigaciones hacia sus necesidades:

-Quizá estoy siendo muy exigente. Él es así. Él nunca me ha pedido que cambie. ¿Por qué debo insistirle en algo que no le nace? Es un buen chico. O sea, nunca podría conocer a nadie mejor, ni tan educado ni tan guapo. ¿Soy una masoquista? ¿Tanto miedo me da comprometerme que busco excusas para dinamitar esto? ¿O realmente tengo yo una forma de querer a la gente muy distinta a la suya?

Día treinta: la cuarentena se alargaba otros quince días. Al fin una llamada. Esta duró veinte minutos. Valentina nunca lo admitirá pero se alivió de escucharle. De repente todo su enfado se esfumó, se sintió más cerca de él que nunca. Nicolás tenía esa capacidad: nada malo podía pasar si él estaba cerca. En aquel momento su timbre de voz, grave, cercano, amistoso y sosegado, parecía el arma más poderosa para acabar con cualquier guerra. Pero al colgar, Valentina notó que él no le respondió al ‘te quiero‘ del final ni al ‘te echo de menos’ del principio. Intentó, todos los dioses lo saben, que los siguientes cinco días aquello no fuera importante. Pero, ¿por qué le costaba tanto mostrar un poco de….amor? No esperaba al gran caballero andante, esto no era un cuento de hadas. Solo un poco de… ¿chispa? Algo que la enganchara del todo a su ya perfecta forma de ser.

-Un poco de atención. Somos novios. Tres años y aunque me gustaría que escapara con su permiso de trabajo a verme, sé que sería irresponsable por su parte.. pero una llamada inesperada aunque sea medianoche, aunque sea para saber que todo le va bien…-Se decía cada noche mirando la pantalla de su teléfono que permanecía impasible, sin interacción alguna. Al menos no la interacción que esperaba.

Día treinta y cinco. Valentina se dio cuenta de que Nicolás no había mencionado en todo ese tiempo el poemario. Su humor, que a diario y por lo general era animado y optimista, se veía ensombrecido en cuanto su madre preguntaban por Nicolás. En cuanto veía en la televisión como los recién casados se devoraban de pasión en cada rincón de la casa. Encontraba en sus musicales favoritos, vistos hasta la saciedad, la magia del romance adolescente. Entendía a Bécquer, a Lord Byron hasta Nicholas Sparks llegó a conmoverla. Incluso en tiempos convulsos Machado y Lorca habrían escrito y vivido ese relámpago, ese fuego que carcome a los enamorados. ¿Por qué Nicolás no la hacía sentir así? O ¿Por qué Nicolás no demostraba estar así? Vale que fuera reservado, callado, introvertido incluso, pero, ¿no tenía sentimientos? ¿No había nada en ella que le empujara a él por una vez a ser impulsivo? O quizá, esa era la forma real que tenía el amor y las relaciones adultas. ¿Había vivido tan acostumbrada a una atención constante, a ser relevante en la vida de sus amantes, a ser engullida entre arrebatos de lujuria, ira y felicidad y a escuchar en mitad de la noche los secretos de quienes juraron no abandonarla que ahora no sabía reconocer lo que era estar a salvo en el corazón de una persona normal? Nicolás era el sueño dorado de su madre, de su mejor amiga y hasta de su hermano. Lo que todo el mundo busca. El novio que escuchaba, que no era un fiestero empedernido, centrado, maduro, aplicado, inteligente y sobre todas las cosas, poseedor de una estabilidad emocional que escasea.

-¿Estás bien Valentina?¿Por qué no eres capaz de conoformarte con saber que él está ahí y que todo su amor es tuyo? Ah claro, porque no hay una sola prueba de que así sea…

Aquella noche, treinta y siete días de cuarentena después, entre varios acontecimientos inesperados, varias charlas con su familia sobre una nueva y posible circunstancia, decidió hablar con él. Acababa de recibir una noticia, que la había sobrecogido de la manera más turbulenta. Tenía que comunicársela. Tenía que contarle todo lo que sentía y según avanzara aquella conversación, según se viera acogida en un pecho encendido o no, finalizaría aquella relación o no. ¿Era cruel cortar con alguien por videollamada en un situación tan extraña como era el confinamiento? ¿La había vuelto aquel encierro? Pensó que o lo hacía o el no sentirse deseada, querida y cuidada por su supuesto novio, acabaría con ella. Estuvo pensando en todo lo que le diría y como era confuso y extraño, escribió una carta. Escribir siempre ha sido la vida de escape de quienes aman de manera poética. La leyó tantas veces que ni ella supo humedecer el desierto de su garganta.

No es fácil enfrentarse a la vertebración de un mundo interior en un lenguaje tan común como el escrito.

No puedes cortar con alguien a quien no puedes mirar a los ojos. Si vas a romper un corazón, hazlo de frente, como cuando le decías te quiero.

NicolásDebo dejarte hoy y sufrir mañana porque una eternidad tranquila es mejor que un instante en guerra, cuando de amor se habla, claro. No sé si es que me comen estas cuatro paredes cuyo gotelé ya me sé de memoria y he encontrado incluso dónde se repiten, pero no puedo más, Nicolás. No puedo sentir que sin haberlo, exista un vacío entre tú y yo. Sé lo que quiero. Siempre lo he sabido… Lo correcto es que tú también lo sepas.

Quiero a alguien que llore frente a mi en gesto de confianza, que cuando diga mi nombre se le llene la boca… Que esté dispuesto a buscarme al otro lado del mundo si es necesario como hizo mi padre en busca de mi madre. Que me dedique no sé, canciones o me haga reír hasta perder el norte. Que me interumpa cuando hablo y me quite las palabras de la boca, que me deje directamente sin nada qué decir. Alguien con quien el silencio no sea incómodo y hasta en el enfado y la molestia sepamos que nos queremos. A veces la vida se llena de pequeños gestos significativos.

Es muy bonito querer a alguien con el manual de lo correcto. Pero yo no quiero algo bonito, quiero algo ruidoso, excepcional. No ser un ejemplo ni ser mejor. No quiero que algo sea perfecto… Quiero que sea romance en el que cogerse de la mano sea un gesto de revolución para las mariposas de mi estómago y el recuerdo de mi pecho.

Quiero que la persona que decide pasar su tiempo a mi lado, me robe los besos y me arranque la ropa, sin permiso ni miedo porque no hace falta nada de eso cuando dos personas se comunican. Quiero que mi novio me haga saber que a pesar del tiempo o la distancia… joder, está ahí, aunque no sea de cuerpo presente. No basta con decirlo, Nicolás.

Quiero que recuerdes cada parte de mí con la memoria táctica con la que nos acordamos de los cumpleaños, del color favorito de nuestras madres, del nombre de la lluvia… de las cucharadas de azúcar que le echo al café. ¿Tan difícil es?

Yo soy fuego, ¿sabes? Fuego y tú eres el oxígenos apenas recogido en el interior de un vaso y no puedo vivir consumiéndote. No puedo seguir más tiempo esperando tu gran gesto de amor que ni yo misma sé cuál es, y lo peor que tú tampoco. Nuestras teorías sobre amar son distintas. Mientras la mía es un laberinto emocional y filosófico, la tuya es una práctica útil y matemática.

En conceptos plásticos, yo soy un Bosco, un Waterhouse, un incendio de Turner… Y tú, un Lorena, un tranquilo paisaje a las orillas de un río, un Constable…

Eres como un preciosa rosa sin espinas adornando el jarrón más caro de la última dinastía, mientras yo crezco silvestre entre crisantemos y corazones sangrantes. Eres como un verano cálido y austero bajo la sombra de un roble centenario que ha vivido mil historias, pero es incapaz de contar ninguna. Yo soy una ventisca invernal azotando los cabellos de Sardanápalo; el aullido sordo de una loba blanca enfrentada a la luna llena...

No se puede vivir en la simpleza ni en lo ligero. No nací para el estoicismo. No soy capaz de integrarme en sonrisas sin carcajadas ni en besos sin sabor a sal, por las lágrimas o la lluvia. ¿Acaso no sabré amar a otros como otros han aprendido a hacerlo? ¿Es mucho pedir que se desvivan un poquito como me desvivo yo? ¿O es una necesidad insolente y absurda? No puedo enamorarme de una eterna espera ni de un anhelado atisbo de pasión ni de una duda constante.

Me quieres bien y no es suficiente. Quiero fuerza. Quiero entrega. Quiero fuego, aventura, mordiscos en la boca y flechas en el corazón. Ya me de la mejor manera que sabes querer, pero todo lo mejor de ti, no es todo lo que yo esperaba…Y me ahogo porque estoy obligando a mi cuerpo, sujeto a un apresurado hilo de resignación que viva de una ilusión: Quizá sea este el elegido.

En este momento soy la peor persona del mundo pero soy sincera. ¿No somos todos amantes de la verdad? Te la he contado de la mejor manera que he sabido y lo siento si es horrible. Pocas verdades son bonitas, la mayoría son corrrectas y otras sencillamente generan caos y dolor.
No es que haya dejado de quererte, es que no te echo de menos y no has hecho nada para que lo haga. Mi vida no se ha parado, no se me ha roto el corazón y no eres mi primer deseo al salir de aquí. ¿Crees que es lo que una novia debe pensar o sentir? No. Yo creo que no. Pero es lo que siento… y si lo siento ahora, que apenas llevamos tres años y casi mes y medio separados, ¿qué me espera cuando la libertad vuelva a ser de uso común?

Espero que ahora entiendas mi insomnio como lo entiendo yo. Espero que sepas perdonarme si es que ahora me odias, que lo dudo. Del mismo modo que careces de pasión , carecerás de odio y no sabes cuánto te envidio… ojalá yo fuera más templanza que humanidad, pero no puedo. No me sale. Siempre te querré y estaré siempre dispuesta a verte y a escucharte si es que tienes ganas de hablar de algo. Aunque nunca hayas tenido ganas de hablar de nada conmigo. Nunca has estado mal. Ni bien. Estabas. Vivías. Y solo te recuerdo reírte cuando bebías y evidentemente no puedo emborrachar a mi novio solo para que me parezca divertido o al menos, interesante.

¿Qué te costaba dedicarme una canción por cutre que fuera? ¿Qué te costaba contestar a mis te quiero con un “yo más”? ¿Qué te costaba cuidar la parte de mí que me hacía tan peculiar? ¿Qué te costaba besarme bajo la lluvia cuando sabías que por absurdo que fuese, lo deseaba más que comer o dormir? No puedo estar contigo si para ello tengo que apagar las llamas que resucitan mi fénix interior. Creí que sí, pero no. Nunca me has pedido que cambie, pero tu estatismo sentimental me obliga a ello. No puedo ser yo ante alguien impasible que solo recibe mis oleadas sin erosionarse ni un poco del mismo modo que no escribo para las piedras ni para las personas que nunca han amado.

¿Tan difícil era, suponía mucho pedir, enviarme aunque sea un único mensaje de buenas noches en el que me desearas soñar contigo? ¿Un te ‘echo de menos’? ¿Una llamada inesperada a medianoche? Eso solo en el confinamiento… pero antes. Meses esperando a que llegaras a casa y me dieras un abrazo que rompiera el tiempo, que me cogieras tú de la mano en la calle como si temieras perderme, que me besaras en cualquier esquina con ganas… que realmente me hicieras sentir que soy lo primero en lo que piensas cuando te levantas y lo último al acostarte… aunque fuera mentira. ¿De verdad es pedir demasiado? Es como si saliera con un desconocido, como si solo fueras un intercambio programado de afecto, una correspondencia consolidada en un contrato tácito...

No te echo de menos, no pienso en ti, no necesito hablarte y es todo lo que sé durante este encierro. Al menos no ahora que noto que tú tampoco necesitas nada de mí, más que la idea de mí y de que existo. ¿No es suficiente para darme cuenta de que claramente lo nuestro no funciona? Estoy segura que tampoco me echas de menos. Estoy segura que no estoy en tus prioridades cuando esto acabe… y si lo estoy sé que como una tarea, un punto en tu lista de obligaciones, una cordialidad emocional, uno más de tus asuntos pendientes para seguir con tu trabajo y con tu perfecto saber estar.

La soledad no siempre es cuestión de estar presente, sino de estar pendiente.

Black Winter

Valentina respiró tan hondo que notó una costilla mal encajada. Acababa de desahogarse sobre el papel. Estaba dispuesta a leerlo palabra por palabra. Se prometió no dudar. La pantalla de su ordenador iluminada a la espera de que Nicolás contestara a la llamada… La carta temblaba en sus manos, aquellas tres páginas de absoluta sinceridad, construidas con su puño y letra se arrugaban instantes antes de salir a escena.

Nicolás contestó con una sonrisa y Valentina nunca no lo había visto tan guapo encerrado en el marco rectangular de su pantalla. No supo contestar a su saludo y antes de que pudiera dar pie a todo cuando tenía que contarle, al tema de sus náuseas, de la emoción de su madre y a la noticia que cambiarían sus vidas para siempre, Nicolás acercó a la cámara el poemario. Estaba arrugado de tanto trajín. Estaba plagado de posits. Fue lo que él dijo y el como entonaba cada una de aquellas palabras, lo que cambió de rumbo del destino de aquella videollamada.

-Estaba esperando a terminarlo. Es una genialidad.-dijo y su cara se iluminó con una sonrisa.- Es casi como si cada poema contara una historia que en realidad pertenecen a otra más grande.-No paraba de sonreír con una emoción contenida, pero natural.-He apuntado las frases que mas me gustan y otras que no he entendido. Ya sabes que hay palabras que me cuestan…Pero en general es precioso. Eres una auténtica escritora… he soñado contigo y todo.-su sonrisa cada vez más grande, más humana. ¿Emoción? ¿Orgullo?-Me ha dicho tu madre que necesitabas hablar conmigo urgentemente. He tenido que aumentar horas al personal, aunque les he subido el sueldo, claro, ¿qué persona no cuida de sus empleados? No podía yo seguir cargando con todo el trabajo, tampoco. Ahora podremos llamarnos más. Te veo genial, por cierto. Se nota que estás aprovechando el tiempo. Siempre has sido tan productiva…. y menos mal. Hay personas que lo pasan fatal pero tú no, tú haces deporte, escribes y seguro que te has leído un montón de libros.-Afirmó con precisión, porque Nicolás la conocía perfectamente.- Por cierto, me vi las series que me recomendaste, me aburrieron un poco, pero bueno. Lo intenté.-bromeó.-En fin, ¿tú qué tal? ¿qué era eso tan urgente?

Valentina miró fijamente la pantalla sin poder contestar. Todo lo que quería escuchar acababa de formularse en aquellos labios sonrientes. Qué tonta había sido aquellos treinta y siete días. La carta de sus sentimientos organizados como una lista de inseguridades y de miedo hacia un futuro próspero y saludable, se arrugó en seguida hasta convertirse en una bola olvidada en el suelo de la que nunca haría mención. Intentó contener sus lágrimas y tomó aire antes de hablar:

-Vas a ser papá y yo mamá…


Nadie podía imaginarse que en aquello treinta y siete días tan fuera de lugar, en medio de un confinamiento, un pánico general y unas restricciones sanitarias nunca antes vividas, una pareja tan desigual pasaría tanto tiempo sin verse. Exactamente treinta siete días en los que se habría desarrollado aquello que afectaría al resto de sus vidas. Un cambio con el que ellos no contaron la última noche de mediados de marzo en el que todo cambió para un país entero.

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