06/04/2020
Día ya ni sé cual de la cuarentena.
¿Que si duermo bien? Evidentemente no. No por nada, sino que no que pasa un día en el que no me acuerde de vosotros, de nosotros… sobre de todo de ti y de mí, de lo que pudimos cambiar y no nos dio la gana de hacer.
Han pasado los días suficientes como para haber charlado conmigo mismo. Ya sabéis que los niños asustados tienden a reflexionar como pocos valientes se atreven. No es una comparación con intención moralizante, ni desafiante, solo una mera observación: los hay que pensamos acerca de nosotros y los que hay que prefieren que otros piensen por ellos.
El universo te plantea una serie de situaciones de las que es difícil escapar. Personas que entran y salen por la puerta de tu consideración y de tu lealtad como quien duerme en tu cama sin saber tu nombre o como quien se marcha con un trozo de tu corazón para no volver.
Así ha ocurrido. Así ocurre.
Podría deletrear poniéndole a cada palabra seis sabores distintos pasando del más dulce al más amargo y jamás entenderíais el proceso de una amistad como fueron las nuestras. En esta ocasión no escribo sobre despedidas agotadas de esperar a ser pronunciadas ni sobre procesos de cambios. Ni siquiera es ya una crisis de identidad no diagnóstica ni la crónica de una muerte anunciada.
No tiene caso que hable de lo que ya no existe. La dura caída de los poderosos es algo con lo que nadie espera lidiar y cuando caen las primeras torres del tablero de un juego que es más guerra que relación, alea iacta est.
¿Por qué pienso esto? Llevamos encerrados el tiempo suficiente como para hacer un examen de conciencia; reconocer qué nos preocupa de nuestros objetivos arrebatados por una situación superior a nosotros; pensar a quién echamos realmente de menos y sobre todo, a quién queremos ver, abrazar o besar una vez estemos fuera. O todo la vez (a algunos nos gusta el contacto físico más de lo que queremos admitir). Sé que no todos lo están haciendo, sé que no todos me echan de menos y sé que otros pocos jamás lo admitirán.
He estado en una especie de jaula emocional en la que cada ave, de todas las formas y colores, representaciones de mis propios pensamientos, de la que he intentado huir centrándome en mi novela, con más errores que aciertos, en la universidad, con más procrastinación que esmero y en la limpieza; han píado, graznado o cantado hasta llamar mi atención. Ya sabéis que soy de los que opina que una casa ordenada y limpia supone una mente llana y estable. Aunque claramente centrarme en mantener mi exterior en orden es una diáfana manifestación de que dentro las cosas no van del todo bien. Es además, una forma eficiente y productiva de ocupar todo el tiempo del que dispongo en este momento. Como cocinar, que se ha vuelto una tarea diaria,entretenida, en la que me distraigo cuanto puedo y en la que además he mejorado considerablemente para mi gusto y para el de mi compañera de confinamiento.
En el día no sé cual de la cuarentena he podido encontrar entre mis añoranzas una corta lista de nombres a los que les dedico un espacio de tiempo que realmente merecen. Me preocupo por sus situaciones y a algunos hasta los llamo, raro porque las videollamadas me alteran. Les escribo o les tuiteo o les envío mensajes por Instagram. Me nace, es así. Todo sin ser pesado, intenso o molesto. Me di cuenta de que puedo sacar varios ratos en la semana para mostrar mi preocupación por ellos. Siempre hay tiempo para dedicarle a quienes nos importan de verdad. Casualmente son las mismas personas a las que deseo, sobre todas las cosas, tocar, sentir, abrazar… Casualmente son las únicas que se han ganado el derecho a permanecer en mi contrahecho corazón.
A veces confesar un testimonio como el anterior supone una interpretación de un ego inflado y sobrealimentado. No lo niego. A veces uno se cansa de agachar la cabeza, de callar cuando se cometen injusticias; aveces uno se harta de que le tomen el pelo, de que valoren lo que uno hace o de que otros se jacten de cuanto se ha construido en su nombre, ahora en ruinas.
Es la verdad. Como expliqué en su día, no todas las las relaciones duran para siempre y solo aquellas que se amparan bajo un techo levantado y sostenido entre todos sus integrantes, logran una mayor posibilidad de sobrevivir. A veces no bastan solo cimientos, a veces es necesaria la constancia del buen hacer, a veces es ser parcial cuando de lealtad se trata…. Otras veces basta con que la alimentes día a día de un amor y un mimo incondicional y sin precedentes. Si esto os resulta complicado, me temo que estáis mirando todos los días en el espejo a alguien destinado a la soledad.
Que quien decide estar solo, tendrá sus razones. El caso es saber estarlo y asumir sus consecuencias. El solitario no puede castigar con su apatía, nostalgia o misantropía a quienes deciden vivir en sociedad, en familia o en compañía.
Si tienes el corazón roto es asunto tuyo y del que o los que te lo rompieron. No de todos los que una vez te quisieron irracionalmente y viajaron contigo cuesta abajo y sin frenos.
Creedme que no lanzo la primera piedra, pecadores somos todos. Cuando estamos fracturados, hacemos lo indecible para no verlo, para no sentirlo, para no rompernos más, para atarlo con finos hilos de hipocresía en muchos casos.
De la cárcel emocional se sale, del cementerio de las relaciones que matas, no siempre.
¿Sabéis lo que es la paz mental? ¿Conocéis lo que es la tranquilidad que supone saber que haces las cosas bien o al menos, lo mejor posible? ¿Saber que lo intentas? ¿Lo que es no deber nada a nadie o saber que no tienes que esconderte? Son muchos los secretos que he guardado conmigo y otros tanto que comparto con unos pocos, pocos a los que hoy soy incapaz de preguntarles cómo llevan el encierro. Sencillamente mi empatía ya cumplió cuanto tuvo que cumplir en su día.
¿Me convierte es en un egoísta? ¿O simplemente hago disfrute de mi derecho a estar harto de vivir farsas y pantomimas? Si tenéis una relación del tipo que sea (familiar, amistosa o romántica) sencillamente cuidadla. Cuidadla siempre hasta los límites que vuestra paciencia, modestia, solidaridad y autoestima os permita saber que sois correspondidos y sentirlo.
Como en la magia todo tiene un precio y las relaciones, los vínculos que nos mantienen a flote sean de la magnitud que sean, tienen uno y es el más importante: El tiempo. Cuando entablas por primera vez una unión, en ese momento el tiempo se trastorna. Y cuando sabes que es verdadera o como mínimo duradera, una parte de ti debe entregarse al contexto, al espacio y tu tiempo, o al menos parte de él, pasa a formar parte del suyo. Lo que ocurra en ese proceso, en ese desarrollo temporal, os pertenece. Si se rompe, por su culpa o por la tuya, algo en tu realidad, de nuevo, se trastoca. Se crea un trauma, un miedo, una inseguridad, una fisura en una puerta que quizá no sepas volver a abrir pero por la que corre el gélido eco de lo que ya no es ni será. Y jode. Vaya si jode.
El problema de este intercambio universal e inherente a todos nosotros, es que a veces eres víctima y otras verdugo.
¿Qué es mejor? ¿Comer o ser comido?
El Hoyo.
El animalismo también forma de nosotros, solo que tiene otras formas de manifestarse: política, economía, sociedad… relaciones.
¿De qué me sirve todo esto? Bien, la cuarentena está siendo entre otras cosas, para quienes la aprovechamos como una pausa momentánea y necesaria en la vertiginosa tarea diaria de sustentarnos y sustentar el techo que hoy nos cubre la ideas, un espacio de renacimiento. Saldremos de esta, saldremos de aquí y apreciaremos la vida con otro punto de vista, con otra forma de ser y perdonaremos a quienes tengamos que perdonar. Y a quienes no podamos, no por rencor, sino porque ya no tiene sentido, sencillamente formará parte de otra historia más. Una leyenda en tu historial de Imposibles, o en tu colección de libros ajados…
Cuando volvamos vivir en libertad, en una libertad sana y sintiendo los rayos del sol, algo en algunos de nosotros deberá haber cambiado. Aprovecharemos mejor el tiempo, reiremos más, nos agobiaremos menos, apreciaremos más el caminar y el no correr, besaremos con más intensidad y puede ser, solo puede ser, que pensemos más en los demás.
Quizá así, yo también pueda volver a dormir.
Hasta entonces, ¿cómo lo lleváis vosotros?